Une fiction historique glaçante et inoubliable, aux confins de l’Antarctique
Cuando hace 150 años, en marzo de 1871, el joven proletariado parisino intentó «el asalto al cielo», ferozmente reprimido por la sanguinaria reacción de la burguesía francesa -de acuerdo, en esa ocasión, con el invasor prusiano en aplastar a su enemigo mortal común- quedó muy claro, una vez más, tal y como está escrito en el Manifiesto, que la historia de cualquier sociedad es una « historia de luchas de clases ».
El movimiento obrero, que había empezado a dar sus primeros pasos hacía tan sólo unas décadas, ya había tenido que pagar trágicamente la ilusión en 1848 de que su batalla política podía librarse de acuerdo con la burguesía, aunque fuese con sus corrientes más liberales y progresistas. Con la Comuna, lo que quedaba de esa ingenua esperanza fue barrido por los disparos de los cañones, mientras que estaba claro, sin embargo, que « ¡ proletarios de todos los países, uníos ! » no era un llamamiento simple al sentimiento de solidaridad, sino una síntesis científica fundamental, un requisito vital para la estrategia revolucionaria.
Duró solo dos meses. Sin embargo, en el breve lapso de esa ardiente temporada, se concentró en el corazón de París un patrimonio de experiencias irremplazable. Lo que resolvió definitivamente, a la luz de los hechos, una serie de cuestiones teóricas fundamentales del socialismo. Fue el primer intento de construir un mundo nuevo. Una revolución, según afirma Marx en el primer borrador del texto, « no contra esta o aquella otra forma de poder del Estado, legitimista, constitucional, republicano o imperialista », sino contra el propio Estado. Contra este « aborto sobrenatural de la sociedad », instrumento de « guerra del capital contra el trabajo », por la « reanudación por parte del pueblo para el pueblo de su vida social ».
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