Dans ce recueil de 13 nouvelles, la jeune autrice mexicaine frappe fort mais juste
En la terraza del Valchette, o desde algún banco del Luxemburgo, me fijo singularmente en los exóticos que desfilan. Y me llama sobre todo la atención el negrito del panama, un negrito negro, negro, con un panama blanco, blanco. Es un negrito delgado, agil, simiesco, orgulloso, pretencioso, pintiparado, petimetre, suficiente, contento y como danzante. Paris contiene varias clases de hijos de Cham, pero este negrito a ninguna de ellas pertenece. No es, seguramente, el célebre payaso Chocolat, que ha recibido recientemente una medalla por haber ido muchos anos a divertir con saltos y muecas a los ninos pobres de los hospitales y asilos; no sera, por cierto, Koulery Ounibalo, principe Gleglé, hijo del rey Behanzin Cortacabezas, que puede verse reproducido en cera en el Museo Grevin, y del cual principe, que ha servido como buen soldado a Francia, no ha vuelto a acordarse el Estado que depusiera a su padre; no sera, de ninguna manera, el diputado por la Guadalupe, Legitimus, que ha pasado ya los anos de la alegre juventud; no sera, sobre todo, el estupendo Johnson, que desquijarró a Jeffries en Yanquilandia y cuyo retrato y «sonrisa de oro» han popularizado las gacetas. ¿Quién sera, entonces, este negrito pintiparado que camina en se dandinant; y dodelinant de la tête? A veces va solo; a veces con otros companeros de color, pero que no tienen sus manifestaciones de holgura ni su candido jipijapa; a veces, en compania de una moza pizpireta del quartier, una de esas trabadas calipigias que andan hoy por la moda en perpetua gymkana.
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