Une fiction historique glaçante et inoubliable, aux confins de l’Antarctique
Al abrir la puerta de la gerencia, encristalada de vidrios japoneses, Erdosain quiso retroceder; comprendió que estaba perdido, pero ya era tarde.
Lo esperaban el director, un hombre de baja estatura, morrudo, con cabeza de jabali, pelo gris cortado a «lo Humberto I», y una mirada implacable filtrandose por sus pupilas grises como las de un pez: Gualdi, el contador, pequeno, flaco, meloso, de ojos escrutadores, y el subgerente, hijo del hombre de cabeza de jabali, un guapo mozo de treinta anos, con el cabello totalmente blanco, cinico en su aspecto, la voz aspera y mirada dura como la de su progenitor. Estos tres personajes, el director inclinado sobre unas planillas, el subgerente recostado en una poltrona con la pierna balanceandose sobre el respaldar, y el senor Gualdi respetuosamente de pie junto al escritorio, no respondieron al saludo de Erdosain. Sólo el subgerente se limitó a levantar la cabeza:
-Tenemos la denuncia de que usted es un estafador, que nos ha robado seiscientos pesos.
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