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Las gentes de Francia nunca han ocultado que las de Inglaterra, hablando en general, son, a su modo de ver, una raza inexpresiva y taciturna, perpendicular e insociable, poco aficionada a cubrir cualquier sequedad de trato mediante recamados verbales o de otra clase. Es probable que esta impresión pareciera respaldada, hace unos anos, en Paris, debido al modo en que cuatro personas se hallaban sentadas juntas en silencio, un buen dia cerca de las doce de la manana, en el jardin, como se lo denomina, del Palais de l'Industrie: el patio central del gran bazar acristalado, donde entre plantas y parterres, senderos de grava y fuentes sutiles, se alinean las figuras y los grupos, los monumentos y los bustos, que forman la sección de escultura en la exposición anual del Salón. El espiritu de observación se pone automaticamente en el Salón muy alerta, estimulado por un millar de detalles llamativos angélicos o desangelados, mas no habria hecho falta ninguna tensión especial del sentido de la vista para percatarse de las caracteristicas de las cuatro personas en cuestión. Como reclamo para el ojo por méritos propios, también ellos constituian un hecho artistico logrado; y hasta el mas superficial de los observadores los habria catalogado como creaciones notables de una vecindad insular, representantes de esa clase impecable e impermeable con la cual, en las ocasiones repetidas en que los ingleses salen de vacaciones (Navidad y Pascua de Resurrección, Pentecostés y el otono), Paris se ve rociada entera en el plazo de una noche. Habia en ellos con plenitud el indefinible aspecto caracteristico del viajero britanico en el extranjero: ese aire de preparación a correr riesgos, materiales y morales, tan extranamente combinada con una serena demostración de seguridad y perseverancia, el cual aire despierta, según la susceptibilidad de cada cual, la ira o la admiración de las comunidades extranjeras. Eran todavia mas inconfundibles por ser ejemplares muy conseguidos de la enérgica raza a la que teman el honor de pertenecer. La luz dulce y difusa del Salón los hacia aparecer inmaculados e importantes; eran a su modo producciones acabadas, y permanecian alli inmóviles, en su banco verde; eran parte de la exposición casi tanto como si los hubiesen colgado de una alcayata a la altura del ojo.
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