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En un pais muy extrano vivió hace mucho tiempo un campesino que tenia tres hijos: Pedro, Pablo y Juancito. Pedro era gordo y grande, de cara colorada, y de pocas entendederas; Pablo era canijo y paliducho, lleno de envidias y de celos; Juancito era lindo como una mujer, y mas ligero que un resorte, pero tan chiquitin que se podia esconder en una bota de su padre. Nadie le decia Juan, sino Menique.
El campesino era tan pobre que habia fiesta en la casa cuando traia alguno un centavo. El pan costaba mucho, aunque era pan negro; y no tenian cómo ganarse la vida. En cuanto los tres hijos fueron bastante crecidos, el padre les rogó por su bien que salieran de su choza infeliz, a buscar fortuna por el mundo. Les dolió el corazón de dejar solo a su padre viejo, y decir adiós para siempre a los arboles que habian sembrado, a la casita en que habian nacido, al arroyo donde bebian el agua en la palma de la mano. Como a una legua de alli tenia el rey del pais un palacio magnifico, todo de madera, con veinte balcones de roble tallado, y seis ventanitas. Y sucedió que de repente, en una noche de mucho calor, salió de la tierra, delante de las seis ventanas, un roble enorme con ramas tan gruesas y tanto follaje que dejó a oscuras el palacio del rey. Era un arbol encantado, y no habia hacha que pudiera echarlo a tierra, porque se le mellaba el filo en lo duro del tronco, y por cada rama que le cortaban salian dos. El rey ofreció dar tres sacos llenos de pesos a quien le quitara de encima al palacio aquel arbolón; pero alli se estaba el roble, echando ramas y raices, y el rey tuvo que conformarse con encender luces de dia.
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