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Cuentos de marineda

Couverture du livre « Cuentos de marineda » de Emilia Pardo Bazan aux éditions Culturea
  • Date de parution :
  • Editeur : Culturea
  • EAN : 9791041937530
  • Série : (-)
  • Support : Papier
Résumé:

Mientras residi en la corte desempenando mi modesto empleo de doce mil en las oficinas de Hacienda, pocas noches recuerdo haber faltado al paraiso del teatro Real. La módica suma de una peseta cincuenta, sin contrapeso de gasto de guantes ni camisa planchada -porque en aquella penumbra discreta... Voir plus

Mientras residi en la corte desempenando mi modesto empleo de doce mil en las oficinas de Hacienda, pocas noches recuerdo haber faltado al paraiso del teatro Real. La módica suma de una peseta cincuenta, sin contrapeso de gasto de guantes ni camisa planchada -porque en aquella penumbra discreta y bienhechora no se echan de ver ciertos detalles-, me proporcionaba horas tan dulces, que las cuento entre las mejores de mi vida.
Durante el acto, inclinado sobre el antepecho o sobre el hombro del prójimo, con los ojos entornados, a fuer de dilettante cabal, me dejaba penetrar por el goce exquisito de la música, cuyas ondas me envolvian en una atmósfera encantada. Habia óperas que eran para mi un continuo transporte: Hugonotes, Africana, Puritanos, Fausto, y cuando fue refinandose mi inteligencia musical, El Profeta, Roberto, Don Juan y Lohengrin. Digo que cuando se fue refinando mi inteligencia, porque en los primeros tiempos era yo un porro que disfrutaba de la música neciamente, a la buena de Dios, ignorando las sutiles e intrincadas razones en virtud de las cuales debia gustarme o disgustarme la ópera que estaba oyendo. Hasta confieso con rubor que empecé por encontrar sumamente agradables las partituras italianas, que preferi lo que se pega al oido, que fui admirador de Donizetti, amigo de Bellini, y aun me dejé cazar en las redes de Verdi. Pero no podia durar mucho mi insipiencia; en el paraiso me rodeaba de un claustro pleno de doctores que ponian catedra gratis, pereciéndose por abrir los ojos y ensenar y convencer a todo bicho viviente. Mi rincón favorito y acostumbrado, hacia el extremo de la derecha, era, por casualidad, el mas frecuentado de sabios; la facultad salmantina, digamoslo asi, del paraiso. Alli se derramaba ciencia a borbotones y, al calor de las encarnizadas disputas, se desasnaban en seguida los novatos. Detras de mi solia sentarse Magrujo, revistero de El Harpa -periódico semiclandestino-, cuyo suspirado y jamas cumplido ideal era una butaca de favor, para darse tono y lucir cierto frac picado de polilla y asaz anticuado de corte. A este Magrujo competia ilustrarnos acerca de si las entradas y salidas de los cantantes iban como Dios manda; y desempenaba su cometido como un gerifalte, por mas que una noche le pusieron en visible apuro preguntandole qué cosa era un semitono y en qué consistia el intringulis de cantar sfogatto. A mi izquierda

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